Amores contra viento y marea
Ni el paro, ni la enfermedad, ni la discapacidad han frenado a Federico, Eva e Isabel para acoger a niños tutelados por la administración y darles un nuevo hogar en estos últimos años
Cuando Eva García y Federico García, hace un año, tenían a
punto de caramelo la acogida de su segunda hija a través de la asociación
Aldaima, ella se quedó en paro. Pero la falta de empleo no amedrentó a este
técnico en prevención de riesgos laborales y a esta trabajadora social. Ambos,
granadinos para más señas, miraron hacia delante. Eva se cogió la baja por
maternidad para recibir en casa a Beatriz (nombre ficticio de la menor, de diez
años), que procedía de un centro de acogida de la Junta de Andalucía tras seis
meses de visitas, preparación y contactos con los que iban a ser sus futuros
padres.
Al final de la baja, a la 'mamá' le salió una oferta de
trabajo y se reincorporó al mercado laboral. «La niña llegó con un pan debajo
del brazo», bromean ambos. El matrimonio ya tenía un hijo biológico de seis
años, Adrián (también nombre irreal).
«Dimos el paso por pura conciencia social, porque ambos
creemos que, habiendo tantos niños que lo necesitan, era mejor criar y cuidar a
Beatriz que tener otro hijo biológico. Esta era una opción que habíamos
barajado incluso desde antes de tener a Adrián», explican. Este modelo de
acogimiento es el más estable. El menor permanece con la familia hasta la
mayoría de edad como mínimo. La diferencia de este procedimiento con una
adopción es, básicamente, que la relación con la familia biológica del menor no
se rompe y que la tutela no pasa a los padres de acogida, sino que reside en la
administración, que ejerce labores de 'control'.
Contacto con su hermano
En mitad de todo este proceso, a Adrián, el menor de los dos
hermanos, le debutó una epilepsia que ya tiene controlada. Eva, además, cayó
enferma en su embarazo y a raíz de entonces tiene una discapacidad.
«Estamos muy contentos. Salvo los celos entre los dos niños,
que son normales, ha ido genial. Beatriz ha aprobado todo en el colegio y eso
que al principio de curso la cosa no pintaba tan bien. Ha sido como Fernando
Alonso con un Ferrari, que al final mete el acelerón», narra el padre, que
coincide absolutamente con su mujer en que al final los dos menores se adoran y
están aprendiendo a compartir afectos y cosas materiales. En algo, sin embargo,
discrepan: Federico se planta por el momento ante la idea de ampliar aún más la
familia, sin embargo su esposa incluso se atrevería a incorporar algún miembro
más, ya fuera como acogedores permanentes o de fin de semana.
Eva se empeña en lanzar un mensaje con fuerza: «A pesar del
paro, de la crisis, de los esfuerzos que hay que hacer... esto merece mucho la
pena. Es una satisfacción. Beatriz nos llama papá y mamá desde el primer día
porque tenía mucha necesidad de afecto y nosotros disfrutamos dándoselo. Al
principio ella pedía llenar un gran espacio en casa y era la que mostraba más
necesidad de atenciones, más que Adrián, pero nosotros ya habíamos trabajado
esto -y aún lo hacemos- con la asociación Aldaima». Esta última es la entidad
colaboradora en Granada de la Junta de Andalucía para los acogimientos, y sus
trabajadores prestan asesoramiento continuo y profesionalizado en estos
procesos. Adrián, al principio, llamaba «princesa» y «divina» a Beatriz, pero
cuando vio que había llegado para quedarse ya no le hizo tanta gracia la idea.
Ella no paraba de celebrar que tenía un hermano pequeño. «Ahora compiten por la
tele, por los juguetes y, por supuesto, se quieren como hermanos. Todo se ha
normalizado. Se defienden a muerte», ilustran los generosos progenitores.
Eva narra cómo su familia le precavía de la posibilidad de
que la niña pudiese regresar con sus padres biológicos un día. «Yo también vivo
a diario con el miedo de que a Adrián le pase algo, enferme o se pueda morir.
Esas cosas es mejor no pensarlas, es mejor vivir el día a día y aprovechar el
momento», describe la mamá.
«Sería la primera vez en quince años que se revoca una
acogida permanente por parte de un juez, porque aquí se llega cuando se han
agotado todas las posibilidades con la familia biológica», ilustra a su lado
Karima El-Harchi, coordinadora de acogidas en Aldaima.
Un niño especial
Isabel Ramiro es funcionaria, maestra de Educación Especial
en un colegio de Armilla, el Jean Piaget. Tiene un hijo de 24 años emancipado y
está divorciada. Hace años tuvo otro descendiente con las mismas
características que parte de los alumnos con los que trabaja a diario. Su
vástago nació con parálisis cerebral, pero murió a los cuatro años.
El crío no para quieto ni un segundo, corre de un lado a
otro y tiene escasa capacidad de prestar atención, pero su madre no se altera,
sino que responde con calma, sonrisas y besos. Ella ya era consciente de que
iba a acoger a un menor con Síndrome de Tourette, un trastorno neurológico que
se caracteriza por la presencia de tics. No es degenerativo ni afecta la
inteligencia, aunque en algunos casos puede ir asociado a otras patologías como
el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) o trastornos en el
proceso de aprendizaje que pueden causar más dificultades al paciente que los
propios tics. Es el caso de Manuel, ya que el niño tiene un «retraso mental
moderado y un TDAH».
«Yo he desarrollado una paciencia infinita, además me lo
llevo conmigo a todas partes. La vida con un hijo discapacitado no es ni mejor
ni peor, sencillamente es diferente, se trata de adaptarse y disfrutar»,
explica Isabel Ramiro, que no duda un segundo antes de ponerse a saltar junto a
Manuel en unos columpios en el parque.
Todo es un sobreesfuerzo en su vida porque, por ejemplo, los
dos se desplazan hasta Málaga para que un neurólogo lleve el caso de Manuel,
que no tiene paciencia para sentarse a pintar un dibujo y aborda a los adultos
sin inhibición alguna, para jugar, por ejemplo, con la cámara de fotos de uno
de los reporteros. «Él va a estar conmigo hasta la mayoría de edad como mínimo
y luego ya veremos, yo tengo claro que no le va a faltar de nada, ya le
buscaremos solución a lo que vaya saliendo», apostilla su madre, quien ni
siquiera justifica el hecho de haber dado el importante paso de acogerlo, sino
que lo ve como algo normal.
Isabel, en realidad, forma parte de un programa de
Acogimiento Profesionalizado, que es una modalidad simple o permanente -este
último es el caso de Manuel- que se aplica para niños y niñas con graves
necesidades especiales ocasionadas por una enfermedad grave, problemas de
conducta, discapacidad física, psíquica o sensorial o menores que precisen de
un apoyo especial debido a los malos tratos o abusos sexuales sufridos. Además,
frente al resto, está remunerada económicamente.
Si impresiona su historia, más sobrecoge aún cuando
esta profesora de Educación Especial se despide con naturalidad diciendo: «Yo
no descarto optar a otro acogimiento».