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lunes

El Premio su Mirada


CUANDO Aurora y Juan intentaban explicarle a su hija biológica que iba a tener un nuevo hermano, ella, muy dispuesta a sus ocho años, les interrumpió: «Os estáis haciendo un lío. Hay hermanos de la barriga y hermanos del corazón». Y punto. La pareja cree que su experiencia puede sonar idílica, «pero es real». Insisten en que son personas normales y que no hace falta ser nada especial. «Miramos a nuestro alrededor, nos dimos cuenta de la suerte que teníamos y de que podíamos compartir con otros nuestras vidas. Llegó el momento y estábamos dispuestos a complicarnos la vida, como cuando te quedas embarazado».

Todo surgió un día paseando por Juveándalus. «Vimos el 'stand' de Aldaima y ya no hubo marcha atrás». Admiten que el proceso administrativo «no es fascinante», pero que tuvieron la oportunidad de hacer cursillos formativos con todo tipo de gente: «diferentes edades, carreras, razones.. Que sí fue fascinante». Ahora, orgullosos, están convencidos de que «el mayor premio es su mirada».Nada es imposibleSon de esas familias que siempre tienen un humor excelente. Las bromas son constantes y la sonrisa impertérrita. María y Rafael, los padres, no podían tener hijos. «Éramos una familia de dos y queríamos crecer. Ella es lo más bonito del mundo». Llevan tres años con Jackie, una risueña estudiante de once años que asegura que sus padres son «muy buenos, cariñosos y graciosos». Jackie no había estado nunca escolarizada, «pero gracias a clases de apoyo está pudiendo con todo».Ante la pregunta, ¿por qué?, A María y Rafael les basta con buscar la mirada de su hija. Sonreir, una vez más, y decir al unísono: «La gente no sabe lo que se pierde. Es gratificante. Es para repetir. Es un orgullo».«Mi día, para María»Ella, dentro de muchísimos años, cuando lleve a sus espaldas una vida repleta de experiencias, es posible que no recuerde que hubo un tiempo en el que se llamaba María. «Así se llama, por ahora». Dulce y Rafael, jubilados, son sus padres de acogida desde hace cinco meses. El bebé no puede estar con sus padre biológicos por el momento y fue separada de ellos antes de que pudieran ponerle un nombre. Ésta es la segunda experiencia de acogida de la pareja. «Tuvimos una niña de tres meses durante un mes». Precisamente, esa separación es por la que mucha gente no se atreve a dar el paso. «Tienen miedo a la despedida. Es duro, muy duro. Pero por ella sufres lo que haga falta. Me harto de llorar -sigue Dulce-, pero aunque duela hay que hacerlo. Nos preparamos para eso, para poder afrontarlo. Además, mi dolor no importa, es el suyo el que hay que evitar. Nosotros ya hemos estado muy a gusto».Ellos cumplen a rajatabla una de las premisas que se les piden a las familias de acogida: al menos uno de los dos, el padre o la madre, deben poder dar dedicación completa al menor. En su caso no hay ningún problema, ya lo dicen Dulce: «Mi día, para María». Y Rafael: «Nada más con verla... Uno es feliz».Igualdad«Íbamos a por el niño y llegó la parejita». Así lo recuerda S. A., con plena sonrisa. «Era una necesidad, formar familia. Y mi pareja y yo, somos homosexuales, lo teníamos muy claro». S. A., como el resto de familias de acogida, tuvo que someterse a una serie de pruebas de idoneidad que Aldaima realiza a todos los candidatos. «Al final del proceso, si apruebas, es como si te dieran el título de padre... No es como un biológico, que si no puedes tú, ya podrá tu suegra o quién sea. Es tu compromiso».Llevan con sus hijos cinco años. «Sí, fue una sorpresa que nos mandaran a dos hermanos, pero la asociación no busca al niño adecuado para la familia, busca la familia adecuada para el niño». Desde entonces han dado a sus hijos «una vida acorde con expectativas: estudios reglados, cuidados, cariño... Y, por supuesto, también nos traen malas notas a veces. Lo normal».S. A., desde el principio, tenía muy claro que no quería que sus hijos olvidasen de donde venían, sus orígenes. «Ellos se acordaban de algunos sitios de su infancia y nosotros les llevamos allí, para que recuerden». Cree que se trata de asumir la propia historia, convivir con naturalidad y ayudarles a que se sientan seguros, «nunca usurpando ningún papel». «El objetivo -termina- es ser parte de su historia, no crearles una nueva».

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